ABRAZANDO A LOS EXCLUIDOS DE HOY


 ABRAZANDO A LOS EXCLUIDOS DE HOY

Justicia y Paz y salvaguarda de la Creación (JPIC) tuvo un congreso internacional en Uberlandia (Brasil) del 30 de enero al 6 de febrero de 2006.

Introducción 
Fr. José Rodríguez Carballo, ofm, Ministro general
Os confieso que no me resulta fácil escribir o hablar del tema. Tengo mucho miedo o, mejor aún, verdadero pánico de que la crisis que atravesamos, entendiendo ésta como oportunidad y dificultad, nos lleve a paliar la inseguridad y el desconcierto en que vivimos y el déficit de vida, con palabras y discursos, inicialmente, al menos algunas veces, bonitos y novedosos, pero que muy pronto se convierten en tópicos, de modo que antes de ser estrenados vitalmente nos resuenan enseguida a envejecidos y superados, porque poco tienen que ver con nuestra vida concreta.
Pedro Casaldáliga dice que necesitamos “pensar también con los pies”, de modo que nuestras reflexiones no nos lleven a confundir las opciones concretas de la vida con lo que pensamos (entre ambos a veces hay un gran divorcio), de tal forma que nuestras palabras se tornen huecas, sino que sean también palabras andadas.

Para evitar este desfase entre la vida y la simple ideología, que nos llevaría a servirnos de los pobres y no a servirles, en mi reflexión insistiré, como primer paso, en la necesidad de un cambio de mente (conversión) que nos lleve luego, como Francisco, a abrazar a los excluidos de hoy, contemplando en ellos el rostro de Cristo pobre y crucificado.
Por este motivo partiré del proceso que llevó a Francisco a abrazar al leproso e ir entre ellos, para detenerme luego en una mirada a nuestra vida y al camino que hemos de recorrer para acercarnos al excluido de hoy. Creo suficientemente justificado este itinerario reflexivo, por el simple hecho de encontrarnos en el primer año de preparación para la celebración del VIII Centenario de la fundación de nuestra Orden, dedicado especialmente al tema del discernimiento.

“Señor, ¿qué quieres que haga?” (TC 6)

No sabemos la fecha precisa de la conversión del hijo de Pedro Bernardone. Suele situarse en el año de 1206. Francisco desde hace algún tiempo está en búsqueda, esperando “que el Señor le descubra su voluntad” (LM 1, 3). En esta situación existencial Francisco pregunta una y otra vez: “Señor ¿qué quieres que haga?” (cf. TC 6; LM 1, 3), y a la pregunta le acompaña la oración insisternte (cf LM 1, 3): “Ilumina las tinieblas de mi corazón...” (OSD 1). Como conclusión de este largo proceso él mismo, al final de sus días y haciendo la síntesis de su vida, concluye confesando:
“El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar de este modo a hacer penitencia: pues, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos; pero el Señor mismo me llevó entre ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después de un poco de tiempo salí del mundo” (Test 1-3).
Francisco coronaba así lo que bien podríamos llamar la “primera etapa” de su proceso de conversión; un proceso que durará todo el resto de su vida, como es fácil deducir de sus Escritos y de los testimonios de sus biógrafos, pues como dirá Celano “es muy costoso romper con las costumbres y nada fácil arrancar del alma lo que en ella ha prendido” (1 Cel 4).
Este acontecimiento, el encuentro con el leproso, no puede verse, sin embargo, aisladamente, sino que ha de leerse en estrecha relación con otros cinco encuentros más: el encuentro consigo mismo (cf. TC 4, cf. LM 1, 2; cf. AP 5; TC 6; 1 Cel 6), el encuentro con los pobres (cf. TC 3), el encuentro con el Crucifijo (cf. TC 13), el encuentro con el Evangelio (cf. TC 25) y el encuentro con los hermanos (cf TC 27). Todos estos encuentros están a la base de su vocación o, para ser más exactos, de la respuesta que Francisco da en un primer momento a la llamada que el Señor le hizo. Un encuentro sería ininteligible, o al menos incompleto, sin el otro.
Visto un encuentro en relación con los otros, bien podemos decir que en todos ellos el Señor va respondiendo a la pregunta existencial de Francisco. De hecho a la pregunta de Francisco, “Señor, ¿qué quieres que haga?”, el Señor parece responderle: Francisco, deseo que te encuentres contigo mismo y vayas y repares mi iglesia que, come ves, amenaza ruinas, viviendo la forma vitae de los Apóstoles, en fraternidad, con los pobres, marginados y excluidos y como ellos.
Tenemos aquí estrechamente unidos entre sí los elementos esenciales de la “forma vitae” franciscana: Vivir al modo de los primeros discípulos del Señor, en fraternidad y en plena comunión con los últimos y excluidos. Una forma vitae que, para abrazarla, necesita un encuentro profundo consigo mismo frecuentando la “gruta” (1 Cel 6), un volver sobre los propios pasos (cf TC 6).
Francisco, como bien sabemos, no lo entenderá así al principio, pues, como dice el Doctor Seráfico, desconocía aún los designios de Dios sobre su persona (cf LM 1, 2. 3). Él piensa en una reconstrucción material de la ermita de San Damián y pone manos a la obra (cf TC 13). Pero poco a poco el Señor seguirá iluminando su corazón, mostrándole “como había de comportarse” (1 Cel 7), de tal modo que muy pronto comprenderá que se trata de un cambio radical de vida. Este cambio pasa necesariamente por una transformación tal que lo que hasta ahora ha amado y deseado, de ahora en adelante lo desprecie y aborrezca. Sólo de este modo lo que antes le resultaba amargo se irá transformando en dulce (cf TC 11). Y sólo así será “fermento”, agente transformador en y de la Iglesia.

Cristo, la opción fundante y fundamental de Francisco

¿Qué está a la base del abrazo de Francisco al leproso? ¿Cuál es la opción fundante en la vida de Francisco? ¿Es una opción puramente sociológica o humanitaria, o es fundamentalmente una opción cristológica? Para responder a estas u otras preguntas semejantes volvamos un momento atrás y partamos de los textos.
Antes de preguntarse “Señor, ¿qué quieres que haga”, Francisco escucha del Señor: “Francisco, ¿quién piensas podrá beneficiarte más: el señor o el siervo, el rico o el pobre?” A lo que Francisco respondió: “El señor y el rico”. El Señor le responde: “¿Por qué entonces abandonas al Señor por el siervo y por un pobre hombre dejas a un Dios rico?” (LM 3)
Vemos que en el origen de la vocación de Francisco está única y exclusivamente lo que los biógrafos llamarán “la clemencia divina” (cf LM 3) o “el don que se le había dado de lo alto” (1 Cel 5). Él mismo lo reconocerá claramente al hablar de su encuentro con el leproso: “El Señor mismo me llevó entre ellos...” Es la experiencia de toda vocación. Jeremías podrá decir: “Me sedujiste Señor...”, mientras Amós confesará: “El Señor me tomó de detrás del rebaño...” (Am 7, 15). Lo mismo sucede con los primeros discípulos: “... y les dijo: Venid conmigo” (Mt 4, 19). A esta iniciativa, como en el caso de los profetas o de los primeros discípulos, Francisco responde prontamente “Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica” (1 Cel 22).
Es significativo cuanto nos dice san Buenaventura después de relatarnos el sueño que tuvo camino de la ciudad de Pulla. Ante la invitación del Señor: “Vuélvete a tu tierra”, Francisco, dice el Doctor Seráfico, “al despuntar el nuevo día, lleno de seguridad y gozo, vuelve apresuradamente a Asís” esperando, en actitud obediente -“convertido ya en modelo de obediencia”- que el Señor le dé a conocer su voluntad (LM 3).
Iniciativa vocacional por parte del Señor, respuesta generosa y rápida, por parte del Poverello. Es significativo a este respecto cuanto nos dice Celano. Francisco después de escuchar el Evangelio de la misión en la Porciúncula –dice su biógrafo-, “rebosando de alegría, se apresura inmediatamente a cumplir la doctrina saludable que acaba de escuchar” (1 Cel 22).
Por lo dicho, y por cuanto diremos a continuación, pienso que a la base de la respuesta vocacional de Francisco, en esta primera etapa de su conversión, esté precisamente la opción de seguir al Señor, en lugar de seguir al siervo; de seguir al Dios rico, en lugar de seguir a un pobre hombre. Su opción es una opción de fe. Su opción de base es una opción en favor del Señor que muy pronto llegará a serlo todo en su vida, “Deus meus et omnia”: “Todo bien, sumo bien..., toda riqueza a satisfacción” (AlD, 1ss)
El abrazo del leproso de parte de Francisco, o mejor aún el “ir entre ellos”, no es un simple gesto de compasión, cercanía o solidaridad. Para el Poverello es mucho más: Es el abrazo a Cristo pobre y crucificado, pues, como dice san Buenaventura. “si en alguno veía alguna carencia o necesidad, llevado de la dulzura de su piadoso corazón, lo refería a Cristo mismo” (LM 8, 5). Abrazar al leproso es abrazar la forma de vida semejante a la de Cristo, tal y como se lo revelará en la escucha del Evangelio en la Porciúncula (cf 1 Cel 22). Abrazar a los últimos es para Francisco inseparable del abrazo con el Señor y con la forma de vida de “altísima pobreza”, que abrazaron el Hijo y “su pobrecilla madre”. Pero, al mismo tiempo, el “abrazo al leproso” es inseparable “del abrazo a los hermanos” (dimensión fraterna de nuestra vida) y del abrazo a los “pobrecillos sacerdotes” que “viven según la forma de la santa Iglesia romana” (dimensión eclesial de nuestra vocación y misión). En otras palabras, bien podemos decir que cualquier opción en favor de los “leprosos” y “excluidos” ha de hacerse desde un corazón transformado que nos posibilite vivir “sine proprio” (2 R 1, 1), y ha de hacerse en comunión con los hermanos y con la Iglesia. El Señor que llevó a Francisco entre los leprosos, fue el mismo que le dio hermanos y le reveló que debía vivir “según la forma del santo Evangelio”(Test 14), y el mismo que le dio “tanta fe” en los sacerdotes que viven según la forma de la santa Iglesia romana.

Liberando la profecía para abrazar a los excluidos de hoy

Nuestro abrazo al “leproso” y nuestra opción en favor de los excluidos, si tienen en cuenta todas las dimensiones de nuestra vida, como hemos señalado anteriormente, serán actitudes auténticamente proféticas en un mundo como el nuestro, profundamente dividido entre Norte y Sur, entre los pocos que lo tienen casi todo y los muchos que no tienen casi nada; pues hablarán de un Dios, el Dios de Jesús de Nazaret, apasionado por el hombre, que ve la aflicción de tantos excluidos y que escucha los gritos de todos ellos (cf Ex 3, 7. 9).

La profecía es un don que hay que acoger y al que hay que responder. La vida consagrada es “una forma de especial participación en la función profética de Cristo” (VC 84).
En cuanto Hermanos Menores participamos plenamente de esta función. Así pues, somos llamados a liberar la profecía, acogiéndola como don, con corazón abierto y generoso, y respondiendo, es decir, poniendo dicho don al servicio de la Iglesia y del mundo. Sólo de este modo estaremos en plena “sintonía” con la pasión de Dios por su pueblo, entusiasmados por su proyecto y dispuestos a darlo todo por él y por sus “preferidos”.
Pero digámoslo una vez más: Esta profecía, que se expresa a través de la palabra que anuncia la esperanza y denuncia la injusticia, sólo tiene fuerza si nace de una profunda solidaridad y del testimonio de una vida centrada en el Reino, de una profunda comunión con Dios y su proyecto y, al menos en nuestro caso, de una profunda comunión de vida en fraternidad y de una profunda comunión con la Iglesia y con aquellos que “viven según la forma de la santa Iglesia romana”.
Sólo así nuestra “palabra profética” podrá llegar al corazón de las personas, abriéndoles nuevos horizontes en su vida y cuestionando las defensas egoístas que cada uno ha ido construyendo. Sólo así nuestra “voz profética” podrá alcanzar a los hombres de Iglesia para recordarles lo más genuino del proyecto de Jesús, ofuscado, a veces, en medio de estructuras, instituciones y también, claro está, de incoherencias. Sólo así nuestra profecía hablará al mundo denunciando la injusticia y convocando a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a unir sus corazones y sus fuerzas para ir construyendo ese “nuevo mundo” según el designio de Dios.

Los excluidos de hoy

Nuestra humanidad es una “humanidad crucificada” y muchos, muchísimos, son los “crucificados” que forman el mundo de los excluidos. Mientras ha crecido la capacidad de la humanidad para producir riqueza, ha habido grandes avances en la conciencia de las sociedades sobre la dignidad y los derechos de las personas y los pueblos, se ha facilitado la comunicación entre los pueblos y la posibilidad de compartir los recursos; no podemos negar que al ritmo que aumenta la riqueza, aumenta también la avidez para controlarla por parte de los que ostentan el poder, no sólo económico. Esto lleva a que aumenten los excluidos.
Forman parte del mundo de los excluidos:
  • Los marginados de nuestra sociedad, hombres y mujeres que duermen en nuestras calles, en los bancos de las estaciones, en los parques públicos a los que les arrinconamos porque no se integran en nuestros sistemas y terminamos por desintegrarlos (“si no te integras en el sistema, el sistema termina por desintegrarte”).
  • Los millones de parados, jóvenes y adultos, sin trabajo, desorientados...
  • Los millones de víctimas de la violencia.
  • Los millones de “no nacidos” o de muertos a causa de la eutanasia, reconocida por la ley o cuando menos practicada.
  • Los millones de enfermos crónicos (víctimas del sida, deprimidos, minusválidos) y los millones de drogadictos, que no tienen otra alternativa sino la muerte.
  • La multitud de ancianos abandonados; la multitud de mujeres maltratadas y violadas; la multitud de niños de la calle, privados de su niñez, obligados a vagar, a trabajar o a vender su cuerpo para sobrevivir.
  • Los millones de hombres y mujeres perseguidos o marginados a causa de sus creencias religiosas o pertenencia étnica.
  • Los países pobres imposibilitados de su desarrollo, despojados de su identidad cultural, despojados de sus recursos naturales, despojados de la libertad...
Son excluidos todos aquellos que viven en la miseria económica, por negárseles la participación en los frutos del trabajo de la humanidad, por negárseles la participación en los bienes que Dios dio como patrimonio a todos; pero son igualmente excluidos todos aquellos que viven en la miseria moral y espiritual, por encontrarse en estructuras personales y sociales de pecado; los muchos hombres y mujeres, que viven en la miseria social, en situaciones donde no se respetan los derechos fundamentales de las personas; todas las personas que viven en la miseria existencial u ontológica, inconscientes, tal vez, del lugar y espacio que deberían ocupar como personas. Todos ellos forman parte del mundo de los excluidos y, si no todos, al menos un gran número de ellos son las víctimas de la codicia, de la explotación y de la opresión. A todos estos grupos de excluidos hemos de añadir el mundo de los que se auto excluyen a causa de mil situaciones por las que atraviesan.
Este mundo, el de los excluidos, crece cada día, sembrando la tierra de 1.800 millones de seres humanos que viven en extrema pobreza y de 1.500 millones de analfabetos, y regando el globo terráqueo con la sangre de 35.000 niños que muere diariamente a causa del hambre.

Nuestro abrazo a los excluidos

Nosotros, en cuanto Hermanos Menores, hemos sido llamados, como en otro tiempo Moisés, a hacer todo lo que esté de nuestra parte por “liberarlos” a todos ellos y sacarlos de esa situación de exclusión en que se encuentran (cf Ex 3 10). Somos llamados a abrazarlos y a practicar misericordia con ellos (cf Test 2), como hizo Francisco hace ahora 800 años.
Usar misericordia, abrazarlos, es decir: comprender y aligerar la infelicidad de los otros, considerándola, en cierto modo, propia. De Francisco se dice que “enfermaba con los enfermos y se afligía con los afligidos” (TC 59). Abrazar a los excluidos, usar con ellos misericordia, no es un sentimiento vago, sino una relación de dos seres, tan profunda, que le lleva a compartir y sentir la misma suerte. Porque Francisco usa misericordia con los leprosos, va entre ellos, vive con ellos y a todos sirve, “por Dios, con extremada delicadeza: lavaba sus cuerpos infectos y curaba sus úlceras purulentas” (1 Cel 16).
¿Cómo es posible que uno pueda hacer suya le suerte del otro, la suerte del excluido? Leyendo las fuentes franciscanas es fácil descubrir que la fuente de la misericordia que Francisco tiene hacia “todos los que estaban afligidos de cualquier dolencia corporal” (LM 8, 5), está en la admiración y el estupor que causa en el Poverello “la misericordia del Señor” para con él (1 Cel 26), y en la continua contemplación del Señor “lleno de misericordia y compasión” para con todos (Sant 5, 11), y que le lleva a enviarnos a su Hijo, que “del seno de María tomó la carne de nuestra fragilidad” (1CtaF 1) y “soportó la pasión de la cruz” (Adm 6, 1)
También en nuestro caso la misericordia profunda con el otro, y no sólo epidérmica y de manifiesto, arrancará de esa experiencia, que no dudo en calificar de “experiencia mística”, de la misericordia del Señor con cada uno de nosotros. Sólo esa experiencia transformará la propia existencia, hasta tal punto de hacernos leprosos con los leprosos, pobres con los pobres, excluidos con los excluidos…, hasta tal punto de ir entre ellos, vivir con ellos y servirles, pues eso es lo que significa realmente “usar misericordia”, “abrazarles”.
En los 800 años de historia, muchos han sido y son los hermanos que han abrazado y siguen abrazando a los excluidos. Los tiempos han cambiado y las formas de abrazarlos también, pero con gratitud hacia el Señor y hacia los hermanos, reconocemos que nunca han faltado hermanos que actualizaran el abrazo de Francisco al leproso, abrazando a los leprosos de su tiempo. Hoy este abrazo se puede ejemplarizar en lo que sigue:
  • Hermanos que trabajan en el diálogo interreligioso, en países donde los cristianos somos mayoría y en países donde los discípulos de Jesús son perseguidos o exluidos.
  • Hermanos que forman parte de fraternidades interculturales, testimoniando así que se puede vivir juntos a pesar de las diferencias.
  • Hermanos, de todas las edades, que viven en situaciones de conflicto y de violencia, profundamente insertados en el pueblo. Cuando otros se van, ellos, pudiendo hacerlo, se quedan arriesgando sus vidas, en muchos casos hasta el martirio, como signo de solidaridad radical con los excluidos.
  • Hermanos que colaboran en los distintos campos de solidaridad, en la defensa de los derechos humanos, buscando en muchos casos la transformación de las estructuras sociales.

Lo que nos separa de los excluidos

Los ejemplos de hermanos que abrazan a los excluidos se podrían multiplicar. Conozco a muchos hermanos que trabajan con los leprosos, con los enfermos de SIDA, con los drogadictos, con los sin techo, sin tierra... Hemos de reconocer, sin embargo, que entre nuestros deseos de abrazar a los excluidos y la traducción en presencias y proyectos en favor de ellos, descubrimos, en muchos casos, una distancia que nos duele y que cuestiona, de algún modo, la radicalidad de nuestra opción por el Reino “por encima de todo” y de la opción que decimos tener por los pobres, descubrimos una distancia que impide que el ideal se encarne en proyectos concretos.
Hay obstáculos de naturaleza estructural. Unos nacen del sistema económico neoliberal y de su cultura que va penetrando nuestras mentes e influyendo en nuestras actitudes y criterios, impidiéndonos asumir una posición evangélicamente critica ante el mismo. Y sin ello es imposible una acción profética. Otros surgen de las mismas estructuras y estilos de organización de nuestras Entidades, que, con frecuencia, son excesivamente rígidos y no responden ya a las exigencias de nuestra época. Dificultan la creatividad que exigen las respuestas a los nuevos desafíos.
Por otra parte, el modelo económico de la mayoría de nuestras Entidades y los mismos procesos formativos no ayudan, muchas veces, a vivir como “compañeros y amigos” de los excluidos. Más bien crean unos espacios “protegidos” que impiden una solidaridad real con esas personas.

Otros obstáculos y bloqueos de la profecía nacen del interior de la misma vida consagrada y, por lo tanto, de la misma vida franciscana. Entre otros me parecen importantes:
  • El miedo, que tiene varios rostros: miedo de correr riesgos en el plan institucional y de la misión; miedo de confrontarse con lo nuevo y lo diferente; miedo de perder poder; miedo de la inseguridad que el compromiso con los excluidos nos puede traer.
  • Nuestras propias divergencias y conflictos internos, que paralizan la acción profética del grupo y de algunos de sus miembros.
  • La falta de una real colaboración entre distintas Entidades.
  • El estilo de vida de algunas de nuestras fraternidades que las aleja del pueblo.
Pero lo que más nos separa de los excluidos y nos impide abrazarlos es, muchas veces, nuestro mismo estilo de vida. Nos separamos de los excluidos:
  • Cuando la conformidad con lo suficiente ha dejado de ser una virtud y parece que la codicia ha ocupado su lugar.
  • Cuando no nos sentimos cómodos siendo pobres y estando con ellos, sino que más bien nos definimos y nos medimos por lo que tenemos o por lo que contamos.
  • Cuando asumimos con toda naturalidad lo que nos corresponde, no sólo lo necesario o incluso lo bueno, sino lo mejor.
  • Cuando, contra la advertencia evangélica, cedemos a la tentación de buscar la seguridad y de acumular “grano en nuestros graneros” para protegernos cuando llegue el tiempo de las “vacas flacas”.
  • Cuando el cambio de algunos lugares naturales y de algunos niveles naturales de consumo, no va acompañado del cambio de la red de nuestras amistades y de relaciones sociales.
En definitiva, nos separamos de los excluidos cuando nuestras palabras en favor de ellos son palabras “aprendidas” que nada o poco tienen que ver con nuestra vida, convirtiéndose, de este modo, en palabras “huecas”; cuando los utilizamos e instrumentalizamos; cuando hacemos de su defensa pura ideología. En todos estos casos nos estamos separando de los excluidos.

Construyendo puentes entre nosotros y los excluidos

No podemos contentarnos con señalar lo que nos separa de los excluidos. Hemos de asumir el desafío que dicha constatación nos plantea y ver qué hemos de cambiar o, mejor todavía, cómo hemos de cambiar para que el don de la profecía se libere y podamos abrazar a todos los excluidos de hoy.
En este contexto, quiero dejar clara mi profunda convicción. Los cambios no se producen simplemente porque “hemos decidido” cambiar. Los cambios profundos son fruto de la apertura al Espíritu del Señor que nos habla a través de la Palabra, que se hace presente en el discernimiento de la fraternidad, que nos guía a través de las preguntas que el contacto con los excluidos suscita en nuestros corazones. Los cambios requieren una consistencia espiritual que muchas veces nos falta. Tal vez aquí habría que buscar la razón última por la que nos cuesta tanto cambiar. Por otra parte los cambios no se pueden afrontar sin análisis serios de la realidad propia y circundante, porque no se pueden hacer a ciegas ni sin tener muy en cuenta las propias fuerzas.
Hecha esta afirmación de fondo, subrayo ahora algunos cambios que se imponen si queremos tender puentes entre nosotros y los excluidos.
  • Necesitamos un realismo que nos haga tomar conciencia de nuestras propias limitaciones (edad, número, etc.), pero que no nos impida discernir con libertad profética el estilo de vida y las presencias “misioneras” que corresponden al anuncio del Reino.
  • En este momento, particularmente si pensamos al primer año de la preparación a la celebración del VIII Centenario de la fundación de nuestra Orden dedicado al discernimiento, somos llamados a promover la reflexión sobre los elementos esenciales de nuestra “forma de vida” y, al mismo tiempo, sobre los “signos de los tiempos” y los “signos de los lugares”, para mejor responder a los desafíos que nos vienen de nuestro carisma y del grito de los excluidos y, de este modo, poder asumir la tarea de una auténtica “refundación” de nuestra Orden.
  • En un espíritu de libertad interior y de “itinerancia” afectiva y efectiva, debemos esforzarnos por desplazarnos a los nuevos lugares de misión (nuevos areópagos), dispuestos a abandonar algunos de nuestros ministerios actuales. Es necesario dejarnos seducir por “los claustros olvidados, los claustros inhumanos donde la belleza y la dignidad de la persona con continuamente mancilladas” (Sdp 37), ir hacia la frontera y desplazarse a las periferias que han sido siempre signos de vitalidad profética en la vida franciscana y de su fidelidad al carisma que nos dejó Francisco.
  • Para estar más cercanos a la gente, debemos promover una inserción real de nuestras fraternidades entre el pueblo y dar espacios en ellas a los pobres.
  • Especialmente en zonas donde encontramos personas de diversas tradiciones religiosas, hemos de reforzar nuestra convicción de que Dios es Padre de todos, que su amor está abierto a todos y que a todos acoge. Esta conciencia nos dispone al diálogo y a la colaboración y multiplica la capacidad de respuesta a la situación de exclusión que viven tantas personas en nuestro mundo.
  • Debemos promover las comunidades interculturales e internacionales que nos invitan a compartir la fe y el patrimonio cultural de cada uno a la luz del Evangelio.
  • Es necesario entrar en un nuevo concepto de pobreza que nos lleve a vivirla por el bien de los pobres. Una pobreza que nos lleve a reducir nuestras necesidades y a comprometernos a refrenar nuestros deseos; una pobreza que nos lleve a implicarnos y a trabajar por una justa distribución de los bienes de la tierra.
  • Hemos de esforzarnos más por formar fraternidades alternativas al consumismo reinante: fraternidades que administren sus recursos, que en nuestro caso deberían ser siempre pobres, en orden a utilizarlos en favor de los desposeídos y excluidos; fraternidades que pongan sus considerables recursos materiales (no sólo económicos) y espirituales al servicio de los excluidos, para poder acogerlos, para hablar por ellos y para influir en los ricos en favor de ellos.

Convicciones

Como ya dije, en nuestra Fraternidad también hoy encontramos muchos hermanos que continúan abrazando a los “leprosos” y “excluidos” de nuestros días. Pero al mismo tiempo sentimos también, el peso de los obstáculos, en nosotros mismos y en nuestras fraternidades, que nos alejan de ellos. Algo o mucho debe cambiar para poder vivir con más radicalidad la dimensión profética de nuestra vida en favor de los pobres y excluidos. En la Palabra de Dios y en nuestra legislación encontramos una nueva llamada a unirnos a la misión de su Jesús y a su estilo de realizarla, asumiendo proyectos más exigentes de solidaridad con los excluidos.
Es el momento de explicitar qué convicciones deben orienta nuestra vida y cómo queremos darles expresión hoy a través de proyectos concretos. Seguramente no descubriremos “grandes novedades”, pero ello nos podrá ayudar a una “renovada conciencia” de que la dimensión profética es esencial a nuestra vida y de que hoy requiere mucha audacia y creatividad para crear cauces concretos para expresarla. He aquí algunas de estas convicciones que son comunes a la reflexión que lleva a cabo la vida consagrada actualmente:
1. La profecía es un elemento constitutivo de la Vida Consagrada y de nuestra forma vitae. Considero que el despertar de la conciencia sobre la dimensión profética de nuestra vida es un don del Espíritu que hemos de acoger y al que debemos responder.
2. La opción preferencial por los excluidos y los “leprosos” de nuestros días ha de considerarse como algo fundamental en nuestra vida. Los pobres nos evangelizan y nos ayudan a descubrir el rostro de Dios y a renovar nuestras fraternidades. La cercanía a los grupos humanos considerados “sobrantes” en nuestras sociedades sigue siendo una urgencia para todos los consagrados y principalmente para nosotros Hermanos Menores.
3. Estoy plenamente convencido que la apertura a los excluidos va de la mano de la apertura al Dios de Jesús, “lleno de clemencia y rico en misericordia”. Dar prioridad al Señor en nuestras vidas es condición para abrazar a los excluidos en clave evangélica y franciscana.
4. Siento urgente la necesidad de formarnos y profundizar en una espiritualidad integral, alimentada por una lectura contextualizada de la Palabra de Dios, que nos renueve y nos capacite para cumplir nuestra misión profética y crear fraternidades que sean signos del Reino, abiertas a la acogida y a la solidaridad con los más pobres.
5. Veo necesario involucrarnos en el diálogo intercultural e interreligioso, como opción por los excluidos. En este sentido considero esencial la formación en dicho diálogo como un elemento decisivo en la formación de la vida franciscana del futuro.
6. Sin renunciar a las muchas y buenas obras asistenciales, necesarias también en estos momentos, hemos de comprometernos más en la promoción de una cultura en que se respete verdaderamente la dignidad de los excluidos.
7. Es importante analizar y reflexionar sobre nuestra propia experiencia de exclusión dentro de nuestras fraternidades, ya que ello nos va a ayudar a no excluir a los demás ni en la iglesia ni en la sociedad en general.
8. Necesitamos abrirnos a una mayor colaboración con los laicos y con los otros miembros de la vida consagrada y muy particularmente de la Familia franciscana.

Líneas de acción

1. Resaltar en nuestras vidas el primado de la Palabra de Dios, leída y compartida en una nueva escucha en el Espíritu y con los pobres.
2. Revisar, desde la opción por los pobres, nuestro estilo de vida y nuestras obras y estructuras económicas. Reconocemos la necesidad de tomar algunas decisiones significativas en este sentido, que nos ayuden a vivir una cierta precariedad y en la disponibilidad total para la misión.
3. Tener cuidado, en el financiamiento de las obras de la Iglesia y de la Orden en los países con menos recursos económicos, para no hacer de los hermanos una clase social distanciada de la vida de su propio pueblo.
4. Apoyar a nuestras fraternidades de inserción con clara identidad franciscana. Participar activamente en las redes de solidaridad que existen en la sociedad, contribuyendo a mantener su dinamismo y a alentar la esperanza del pueblo.
5. Colaborar con otros consagrados para promover la presencia de la vida consagrada en los foros mundiales alternativos y en los centros de decisión donde se determina el futuro de la humanidad.
6. Hacernos presentes allí donde la vida y la dignidad humana están mayormente amenazadas y estudiar la posibilidad de crear en colaboración con otros consagrados algunas plataformas que nos permitan dar respuestas efectivas a algunas situaciones dramáticas en que viven los excluidos.
7. Privilegiar la cercanía y el acompañamiento a los emigrantes en nuestras sociedades excluyentes. Promover la formación de comunidades interculturales e internacionales que sean un signo poderoso de comunión en un mundo dividido.
  
Conclusión

Es mucho lo que los Hermanos Menores estamos haciendo por los excluidos. Por ello debemos agradecer al buen Dios que suscita en el corazón de los hermanos deseos de hacer presente el Reino de Dios entre los excluidos, y a los hermanos que realizan tal labor su generosidad y entrega.
Pero los retos que se nos plantean son también muchos. En esta situación:
Abrámonos al Espíritu. La apertura a sus inspiraciones muestra horizontes nuevos y hace crecer la vida.
  • Abrámonos al Espíritu. Su gracia hará que las palabras de este Congreso sean portadoras de vida a nosotros mismos y a los hermanos de nuestras fraternidades.
  • Abrámonos al Espíritu. Él liberará la profecía, a pesar de nuestra pequeñez y de nuestros miedos.
  • Abrámonos al Espíritu. Él nos dará la audacia y la creatividad de Francisco.
  • Abrámonos al Espíritu. Él nos empujará para ir entre los leprosos de hoy y usar misericordia con ellos.
  • Abrámonos al Espíritu. Él trasformará la amargura en dulzura del alma y del cuerpo.
  • Abrámonos al Espíritu y nos pondremos en camino hacia aquellos que justamente esperan nuestra presencia a su lado.

Apéndice

Iluminados por la Palabra y por nuestra legislación.

Llamados a discernir (cf Sdp 7) “entre lo que viene del Espíritu y lo que le es contrario” (VC 73), llamados a examinarlo todo para quedarnos con lo bueno (cf 1 Ts 5, 21), es el momento de dejarnos iluminar por la Palabra, potenciando, a nivel personal y fraterno, la lectura orante y contextualizada de la misma. Como en el caso de Francisco, también para nosotros la Palabra será la estrella que nos guíe hacia nuevas ubicaciones, la fuerza que nos permita testimoniar con la entrega de nuestras vidas la opción por el Reino y por aquellos a quienes pertenece en primer lugar: los pobres y los excluidos; la inspiración para saber ser en cada contexto la palabra de consolación, de anuncio, de reconciliación, de esperanza y de denuncia; el fundamento sobre el que se puede construir una fraternidad que sea verdadero signo de la nueva fraternidad del Reino.

Son innumerables los textos que pueden impulsar nuestro dinamismo profético. Concentrándonos solamente en los Evangelios, nos hablan con fuerza los siguientes textos:
  • Lc 4, 16ss, que nos presenta la identidad de Jesús y de su misión. La unción del Espíritu habilita para proclamar el amor liberador de Dios y realizar signos que lo expliciten. En los relatos evangélicos encontramos los que realizó Jesús. Hoy estos signos serán, sobre todo, las presencias y los compromisos que no buscan compensación alguna, sino que están únicamente motivados por el deseo ardiente de que se realice el milagro de la liberación y de la nueva fraternidad del Reino.
  • Los textos que nos presentan la apertura de Jesús que le llevó a superar las barreras étnicas y sociales: la sanación de la mujer sirofenicia (Mc 7, 26ss), el encuentro con la mujer samaritana (Jn 4,1ss), la historia del samaritano (Lc 10. 29ss).
  • Los relatos que nos explican la actitud de aceptación que Jesús mostró frente a las personas que sufrían alguna forma de exclusión: su acción en favor de la mujer adúltera (Jn 7,1ss), las comidas que compartió con los publicanos (Lc 5, 27ss), la curación de los leprosos y la acogida a los niños (Mc 10,13ss).
  • La proclamación de las Bienaventuranzas (Lc 6,20-23; Mt 5,1-12) que revelan la visión alternativa de la realidad que caracteriza al Reino de Dios.
  • Jn 13,1-15, que nos presenta al Señor lavando los pies de sus discípulos y pidiéndoles que ellos hicieran lo mismo.
  • Estos textos no abren a lo más nuclear de la vida y misión de Jesús: Él vino para dar la vida para que todos tuvieran vida y la tuvieran en abundancia (Jn 10,10). Este texto condensa maravillosamente el sentido de la llamada a la solidaridad con los excluidos. En el encuentro solidario con el hermano excluido hay una comunicación de vida que nos hace crecer y hace crecer en el excluido ese don de Dios.
  • Pero también nuestra legislación nos sirve de fundamentación para la construcción de puentes entre nosotros y los excluidos, cualquiera que sea su situación concreta. Me limito solamente a citar los artículos de las CCGG que me parecen más significativos:
  • “Los hermanos, seguidores de San Francisco, están obligados a llevar una vida radicalmente evangélica, es decir: en espíritu de oración y devoción y en comunión fraterna; a dar testimonio de penitencia y minoridad; y, abrazando en la caridad a todos los hombres, a anunciar el Evangelio al mundo entero, a predicar con las obras la reconciliación, la paz y la justicia y a mostrar un sentido de respeto hacia la creación” (Art. 1, 2)
  • “Los hermanos, teniendo presente que han sido creados a imagen del amado Hijo de Dios, alaben al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo con todas sus criaturas, devuelvan al Señor Dios altísimo todos los bienes y denle gracias por todos ellos” (Art. 20, 1)
    • “Vivan los hermanos en este mundo como promotores de la justicia y como heraldos y artífices de la paz, venciendo el mal con el bien.
  • Anuncien de palabra la paz, pero llévenla más profundamente en el corazón, de modo que a nadie provoquen a ira o escándalo, sino que todos se sientan por ellos inducidos a la paz, la mansedumbre y la benevolencia” (Art. 68, 1-2).
  • “Siguiendo las huellas de San Francisco, muestren los hermanos hacia la naturaleza, amenazada en todas partes, un sentimiento de respeto, de modo que la tornen totalmente fraterna y útil a todos los hombres para gloria del Creador” (Art. 71).
  • “Como quiera que una gran parte de la humanidad se halla aún sometida a la indigencia, a la injusticia y a la opresión, dedíquense los hermanos, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, a instaurar una sociedad de justicia, de liberación y de paz en Cristo resucitado, y, ponderadas atentamente las causas de cada situación, participen en las iniciativas de caridad, de justicia y de solidaridad internacional” (Art. 96, 2).

Opción por los pobres

http://www.colsant.quijost.com/00index/triangulo.gif“A ejemplo de San Francisco, a quien Dios condujo entre los leprosos, todos y cada uno de los hermanos tomen opción en favor de los «marginados», de los pobres y oprimidos, de los afligidos y enfermos, y, gozosos de convivir entre ellos, trátenlos con misericordia.
http://www.colsant.quijost.com/00index/triangulo.gifEn comunión fraterna con todos los menores de la tierra y observando los acontecimientos actuales desde la condición de los pobres, afánense los hermanos porque los pobres mismos tomen mayor conciencia de su propia dignidad y la protejan y acrecienten” (Art. 97, 1-2).
http://www.colsant.quijost.com/00index/triangulo.gif“Esfuércense en escuchar respetuosamente con caridad no fingida a los demás, aprendan de buen grado de los hombres entre quienes viven, principalmente de los pobres, que son nuestros maestros, y estén prontos a dialogar con todos” (Art. 93, 1).

ABRAZANDO A LOS EXCLUIDOS DE HOY

Mensaje final del Congreso

Nosotros, animadores de JPIC de más de 40 países, nos hemos reunido en Uberlandia, del 30 de enero al 8 de febrero del 2006 para celebrar el II Congreso Internacional, a invitación de nuestro Ministro General, a quien dirigimos nuestro sincero agradecimiento. Hemos comenzado a vivir juntos la gracia de los orígenes» en este año 2006, reservado al "discernimiento". Volviendo al inicio de nuestra Orden, hemos encontrado a Francisco que abraza al leproso y hemos entendido, de manera más profunda, el significado de este gesto en el encuentro con los hermanos sin tierra de esta región del Brasil.
Francisco mismo recuerda este abrazo como elemento decisivo de su conversión a una vida nueva. No es el único elemento, pero sí el decisivo, recordándolo en el momento de la última memoria de su vida, atribuyendo el encuentro mismo a la iniciativa de Dios (2Test). Nosotros queremos llevar a todos los hermanos de la Orden nuestra llamada, contenida en los siguientes puntos:
- Salir: Jesucristo nació fuera de la ciudad, vivía por la: calles y murió fuera de la ciudad, asimismo Francisco ha encontrado al leproso fuera de Asís. Que nuestra; fraternidades y cada hermano nos motivemos proféticamente para salir del encerramiento de los conventos y de las estructuras para hacer posible el encuentro con los excluidos.
- Dar prioridad: Que como Orden prioricemos la opción por los excluidos, ya que ella debe marcar e inicio de nuestra conversión, como-ha caracterizado e inicio de la conversión de Francisco.
- Sensibilidad profética: Que todos los hermanos todas las fraternidades despertemos una sensibilidad profética que nos permita no sólo reconocer al pobre y al excluido, sino también a identificar los proceso; de empobrecimiento y de exclusión (causas, agentes víctimas, mecanismos, medios, consecuencias, etc.) porque sólo a partir de esta sensibilidad podremos hacer una opción conforme a nuestro carisma.
- Opción por Cristo pobre: Como Francisco ha querido no solo 'seguir, sino incluso identificarse con el Cristo que se ha hecho pobre y tener en los pobres el parámetro de identificación con Cristo, así como Orden tengamos, en el seguimiento de Cristo pobre, nuestra principal inspiración y motivación para optar por los excluidos de hoy.
Pero ¿qué quiere decir abrazar a los excluidos de hoy? ¿Cómo hacerlo? Para Francisco el optar por ellos es de carácter evangélico y esto le era suficiente; a nosotros se nos pide algo más no porque seamos mejores que él, sino porque la realidad de hoy es muy diferente a la de Francisco; y diferente es la responsabilidad a la que estamos llamados comunitariamente por la voz del Espíritu y el sufrimiento de los hermanos.
Se nos pide incluso una opción de tipo político, en el sentido de ponemos totalmente al lado de los excluidos y así acompañarlos en su camino de liberación. No basta ocuparse de ellos, ayudarlos y sostenerlos, como lo ha hecho de manera espléndida la Orden durante siglos.
Se trata de compartir su vida y, también, en este sentido la historia de la Orden es rica, pero solamente en relación a minorías. Se trata de analizar las causas de la exclusión (más aún, de las exclusiones, tan numerosas y diferentes entre ellas) y de entrar en los movimientos que los excluidos mismos crean para construir juntos alternativas de vida digna.
«Salir-encontrar-cambiar», esta es la dinámica que creemos necesaria para vivir hoy nuestra vocación y celebrar con verdad la «gracia de los orígenes». «Salir» de lo habitual, de lo seguro, de 1o cómodo y de toda forma de posesión y separación. «Encontrar» a los hermanos excluidos, dejándonos evangelizar por ellos y creando con ellos espacios de esperanza y de convivencia. «Cambiar», es decir, convertimos en una búsqueda continua de disponibilidad y de fidelidad y servicio al Cristo pobre, sacramento de la presencia de Dios. Hermanos, ¡Prioricemos el abrazo a los excluidos! Es la propuesta concreta que nosotros los animadores de JPIC hacemos a todos nuestros hermanos en la celebración del VIII Centenario de la fundación dé nuestra Orden.

PROPUESTAS DEL II CONGRESO INTERNACIONAL DE JPIC. ABRAZANDO A LOS EXCLUIDOS DE HOY

1. Los excluidos

a) Que, en el marco de la celebración del VIII Centenario de la fundación de la Orden, y como signe concreto de solidaridad con «los leprosos» de nuestro tiempo, las Entidades «dediquen una atención especial a los refugiados, emigrantes, minoría,, étnicas, personas sin tierra y prófugos» (Sdp, pro. puesta 39, c).
b) Que, en vista a la celebración del VIII Centenario de la fundación de la Orden, según lo indica el documento La Gracia de los Orígenes, las Entidades elaboren un proceso de restitución (de casas, dinero, tiempo...) como camino significativo de justicia favor de los excluidos y oprimidos de nuestros días (cfr. Lgo, 17.19.21).
c) Que las Entidades y las Fraternidades locales realicen un análisis crítico de la realidad social en la que viven con el fin de de que identifiquen los grupos excluidos, los procesos y las causas de la exclusión. Para ello utilicen las herramientas teológicas y sociológicas, así como una lectura bíblica desde el lugar teológico y social de los excluidos.
d) Que las Entidades animen a los hermanos para que cada vez más, estén presentes en los lugares de fractura social y trabajen con los movimientos sociales.
e) Que las Entidades promuevan y dinamicen la existencia de las fraternidades insertas, que pueden ser también interprovinciales, evaluando las experiencias anteriores.
f) Que las Entidades se comprometan en la promoción de la cultura de la vida en todas sus formas y aspectos, desde la concepción hasta la muerte natural.
g) Que todos los hermanos y las Fraternidades, con la colaboración de JPIC, examinen nuestro estilo de vida y su impacto en la creación, asuman conductas más responsables respecto al medio ambiente y defiendan la justicia ambiental» (Sdp, propuesta 40)
h) Que los Gobiernos general y de las Entidades, con la ayuda de la Oficina de JPIC, revisen su sistema formativo, organizativo y económico con el fin de eliminar las desigualdades entre hermanos ricos y hermanos pobres, fraternidades ricas y fraternidades pobres, Entidades ricas y Entidades pobres; y entre hermanos clérigos y hermanos laicos.

2. Formación de los hermanos

a) Que las Entidades soliciten a los Secretariados para la formación y los Estudios y para la Evangelización que incluyan el análisis de las causas de la exclusión como parte integral de los programas de la formación permanente e inicial y de la Evangelización.
b) Que las Fraternidades locales ofrezcan oportunidades para que los hermanos, tanto en formación permanente como inicial, aprendan de los excluidos desde la experiencia en medio de ellos.
c) Que los formadores acompañen a los candidatos a la vida franciscana para que realicen su discernimiento vocacional y misionero en medio de los excluidos.
d) Que en todas las Entidades los profesos temporales, antes de su profesión solemne, vivan al menos un año entre los excluidos.
Nuestro II Congreso reasume las decisiones del Capítulo general 2003 y las propuestas del Consejo Internacional JPIC de Sudáfrica 2004, insistiendo en las siguientes:

3. Decisiones del Capítulo 2003

a) Que el Consejo Internacional de JPIC busque los medios adecuados para hacer efectivas las decisiones JPIC del Capítulo general 2003; y que evalúe su realización.
b) Que los Consejos para los asuntos económicos, tanto general como provinciales, en colaboración con la Oficina de JPIC, continúen la elaboración de las «líneas directrices éticas para el uso responsable de los bienes» (Sdp, propuesta 40); y que los Gobiernos de la Orden y de las Entidades se comprometan a realizar modelos alternativos de una economía de solidaridad.
c) Que las Entidades, de acuerdo con las decisiones del Capítulo general (cfr. Sdp, 39-40), animen a los hermanos para que se «reapropien» de la prioridad de ser hombres de paz, no violentos, anunciadores testigos de perdón y de reconciliación. Para lo cual
- Promuevan una espiritualidad y formación específica a la no violencia activa;
- Aprendan métodos de resolución de conflictos a nivel interpersonal, fraterno, social, político, económico, cultural y religioso.
- Constituyan grupos de hermanos que ayuden en situaciones de conflicto (Franciscan peace missions).

4. Animación JPIC

a) Que los Animadores JPIC, en su servicio de animación, busquen, en todos los niveles de la orden una mejor coordinación con los secretariados para la formación y los estudios y para la evangelización.
b) Que las Conferencias, con la ayuda de la oficina JPIC de Roma, establezcan en Asia, África, América y en Europa centros de animación social, política y ambiental, para que puedan colaborar con otros organismos sociales y con Franciscans Internacional.
c) Que los Animadores potencien la comunicación con la Oficina de JPIC de Roma, con las Oficinas de JPI( de los otros continentes, de las Conferencias y de Entidades.
d) Que los Animadores JPIC establezcan, en todos los niveles, redes de colaboración con los organismo de la familia franciscana, de las Iglesias, de la sociedad y con los movimientos sociales.
e) Que las Entidades den los recursos necesarios a las Comisiones y a los Animadores de JPIC para que puedan establecer redes de solidaridad y comunicación entre las Entidades y las Conferencias.
f) Que todos los hermanos alienten a las Entidades que se encuentran ubicadas en los países en donde están los centros de poder político, económico y militar (especialmente en Europa y Estados Unidos) para que puedan influir en los procesos de toma de decisiones en beneficio de los excluidos; y que las Entidades animen a los hermanos idóneos para que se capaciten en las áreas de estudio apropiadas con esa misión.

Uberlandia, 08 de febrero, 2006

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