Explicación de la iconografía del Cristo de San Damián
Escrita por Fr. Sergiusz M. Baldyga OFM
Edizioni Porziuncola
Contemplando el icono de San Damián, nuestra atención se centra rápidamente en la figura del Cristo crucificado que domina la superficie entera de la pintura no sólo por la grandeza de la imagen, sino también por los colores vivos, en contraste con el fondo negro. En la iconografía de la época, el color negro significaba la muerte o el demonio.
Si ahora nos ponemos a mirar el crucifijo notamos que los colores dominantes usados por el pintor son el rojo y el dorado: los dos colores que indican la divinidad y la eternidad. También se encuentran los colores azul y verde que hacen referencia al mundo y al curso de la historia humana.
Finalmente notamos que todo el icono tiene un marco pintado en conchas. Estas conchas desarrollan el aspecto sobrenatural y eterno de todo lo que está pintado en el interior.
Si ahora nos ponemos a mirar el crucifijo notamos que los colores dominantes usados por el pintor son el rojo y el dorado: los dos colores que indican la divinidad y la eternidad. También se encuentran los colores azul y verde que hacen referencia al mundo y al curso de la historia humana.
Finalmente notamos que todo el icono tiene un marco pintado en conchas. Estas conchas desarrollan el aspecto sobrenatural y eterno de todo lo que está pintado en el interior.
A pesar del gran dramatismo de la escena (el Salvador atado al leño de la cruz), da la impresión que Cristo vive y que su cuerpo resplandece con el fulgor propio de quien ha vencido a la muerte.
Parte superior del icono
Encima de la cruz leemos un letrero: “IHS NAZARE REX IVDEORUM”. Jesús Nazareno rey de los judíos.
Sobre esta inscripción vemos la figura de Jesús resucitado que asciende al cielo. La figura nos muestra a Jesús en movimiento ascendente, cubierto de un largo manto que es el estandarte de la Resurrección.
En la mano izquierda el Salvador tiene la cruz, signo de su victoria sobre la muerte. La mano derecha, en cambio, está levantada hacia Dios Padre. Alrededor de la cabeza, el artista ha pintado la aureola de la gloria. Si miramos con atención la escena, notamos como los ojos abiertos de Cristo, tan llenos de confianza y de paz, están dirigidos al Padre que, con su mano derecha bendiciendo, hace resurgir al hijo de la muerte y, al mismo tiempo, “bendice” toda la obra del Salvador del mundo.
La mano extendida, con tres dedos abiertos y los otros cerrados, comúnmente se identifica con la presencia de Dios. Según la tradición bíblica este gesto puede significar también poder y fuerza. Algunos, en este gesto, ven también la acción del Espíritu Santo. De cualquier forma la cercanía de los dos semicírculos no nos permite observar claramente la división del espacio entre todo lo que pertenece a Dios y todo lo que le pertenece al Hijo de Dios. Pero no hay ninguna diferencia, porque el color rojo, símbolo de la divinidad, une las dos escenas. Todavía nos queda por resaltar que el círculo, símbolo de la perfección, está cortada por Cristo, quien atraviesa los confines del presente y accede a la eternidad en el gran amor del Padre.
Toda la escena de la ascensión de Cristo está rodeada de ángeles y arcángeles. Sus rostros están radiantes de alegría porque Cristo ha vencido la muerte y ahora regresa a la casa del Padre. Las alas la cabeza y los brazos están en movimiento. También las manos las tienen abiertas como signo de saludo. Podemos afirmar que ésta es la escena más animada y alegre de todo el icono. Nos damos cuenta, además, que hay dos grupos de ángeles que están representados alrededor de las manos clavadas de Cristo y recae sobre ellos la sangre del Salvador. En sus rostros podemos observar conmoción piedad. De sus gestos y de sus miradas da la sensación de que están dialogando entre ellos y parecería como si estuvieran comentando, como si estuvieran presente en el mismo momento de la crucifixión, sobre este mismo acontecimiento.
Rostro del Cristo
Observamos que sobre la cabeza del Señor no está la corona de espinas. En lugar de la corona de espinas lleva una corona de oro e inscrita una cruz griega.
El rostro de Jesús esta cubierto por un delicadísimo velo, casi una sombra alargando su mirada hacia la humanidad.
Los ojos, grandes y abiertos, confirman que Cristo muerto en la cruz está vivo y que ya la muerte no tiene nunca más poder sobre él.
Si nos fijamos bien, podemos observar como aparece una ligera sonrisa sobre sus labios. La cabeza, adornada de largos cabellos, y ligeramente inclinada hacia la derecha. Estos detalles particulares subrayan y resaltan la humanidad de Cristo que ha vencido a la muerte.
Algunos ven, en las arrugas de su frente, la imagen de una paloma (el Espíritu Santo). Podemos notar además que este tipo de iconografía pide pintar el cuello del personaje mucho más grueso para indicar la importancia del mismo. El cuello es tan robusto para “sostener” la fuerza del Espíritu que expira. En este icono de san Damián, el cuello de Jesús es grande y fino siendo desproporcionado.
Perizoma
El Perizoma, atado a la cintura de Cristo, no se parece al paño con el que, normalmente, se cubrían las partes íntimas del condenado.
Aquí vemos un perizoma de lino, bordado en oro, casi una vestidura sacerdotal para presentarse ante el pueblo e implorar el perdón de Dios para todos.
El Antiguo Testamento, en el libro del Éxodo (cfr. Ex. 28, 40-43), nos ayuda a entender la proveniencia y el significado de la vestidura sacerdotal. El perizoma recuerda la dimensión del sacrificio sacerdotal de Jesús, mediador entre Dios y nosotros.
No podemos, tampoco, omitir el hablar de las llagas de las manos, de los pies y del costado. De estas heridas brota sangre para la redención del mundo.
Bajo los brazos del Cristo
Bajo los brazos extendidos de Jesús vemos dos grupos de personas. Son los testigos de la crucifixión de Cristo y, al mismo tiempo, las personas más cercanas a Jesús.
El primer grupo, a la izquierda, se encuentran la madre de Jesús y San Juan, el discípulo amado.
A la derecha encontramos pintadas las figuras de María Magdalena, de María, la madre de Santiago y al del centurión. En esta escena, María se está tocando la mejilla con la mano izquierda y con la derecha señala a San Juan; éste a su vez, señala a Jesús. También María Magdalena hace un gesto parecido. El comportamiento de los testigos de la crucifixión, traslucen tristeza y dolor y señalan al Señor que ha sufrido la pasión por nosotros.
El centurión romano, en el Evangelio según Marcos, declara: “Verdaderamente este era Hijo de Dios” (Mc. 15, 39). Este es el comportamiento clásico del testigo cristiano. Los tres dedos levantados de la mano derecha es una auténtica confesión que dicen: “yo declaro que Cristo es el Señor”.
Otra interpretación identifica esta figura con el centurión del Evangelio de Lucas 7,7. Otra interpretación afirma que la pequeña cabeza que aparece detrás del centurión, es la del hijo curado según el Evangelio de Juan 4, 46–54
Tenemos, todavía, otras explicaciones sobre esta pequeña figura casi escondida: el siervo que, con atención mira a su señor y a Jesús; o la figura emergente de un pequeño grupo hipotético de personas que se encuentra detrás y que no se ven, pero representantes de cuantos miran de lejos la crucifixión; o el mismo autor del icono que se introduce devotamente en esta sagrada representación para testimoniar su propia presencia y su propia fe, según una práctica muy difundida entre los pintores del tiempo. Pero si aceptamos la hipótesis de que el autor de este Cristo de San Damián fue un monje Sirio, esta última hipótesis no puedes ser verosímil.
Estos personajes aquí representados son también los testigos de la resurrección de Jesús, comenzando por Maria Magdalena que fue la primera que encontró la tumba vacía.
El soldado romano y Estefano
Debajo de la figura de Maria y del Centurión podemos notar otras dos personas. A la izquierda el soldad romano, conocido como Longino, teniendo en su mano la lanza con la que traspasó el costado de Jesús. Una de las interpretaciones referidas al soldado afirma que la sangre caída de las heridas de Cristo, bajando por el codo curó a Longino de su ceguera espiritual.
En la otra parte vemos a Estefano. No tiene nada escrito a los pies, pero, sin ninguna dificultad, lo podemos señalar como el soldado que le ha dado a Jesús de beber, con una esponja empapada en vinagre. Estefano, en este icono, parece estar vestido con vestiduras romanas, pero, fijándonos bien, podemos decir que va vestido como un guardia del templo hebreo. Podemos suponer que han desaparecido de la pintura la caña con la esponja.
Parte inferior de la cruz
En la base de la cruz, tenemos pintadas unas conchas abiertas. Esto simboliza el misterio pascual que entra en la realidad humana y la hace participe de la divinidad. Los diferentes colores tienen un significado distinto: el negro recuerda el abismo de la muerte; el rojo es el color de la divinidad y también el color de la sangre salvífica de Cristo que brota de sus heridas. Una sangre que tiene el poder de curar todo mal y que está esparcida por toda la humanidad.
Según algunos estudiosos de este icono, esta escena con figuras poco visibles, que se encuentra debajo de los pies de Cristo, hace referencia a los santos del Antiguo Testamento liberados del limbo.
Además una hipótesis reciente, las dos figuras que se dejan entrever, representan los Apóstoles Pedro (a la izquierda) y Pablo (a la derecha). Esta hipótesis estaría confirmada por la presencia del gallo retratado a la altura de la pantorrilla de Cristo, verticalmente, justo sobre la cabeza de Pedro.
Hay también otra interpretación que ve en el gallo el nuevo día que surge, es decir, el día en que Cristo resucita al tercer día.
Es obligado recordar también que el gallo se ha convertido en símbolo de la esperanza; frecuentemente aparece, en el arte sacro, en los mosaicos y lámparas significando tal concepto.
Pero todavía tenemos otra hipótesis explicativa que ve en estas dos figuras a los santos patronos de la Umbría: San Juan y San Miguel. Las cuatro figuras, que casi no se ven y que simplemente se dejan intuir al lado de las dos imágenes de las que estamos hablando, según esta hipótesis, podrían ser San Rufino, San Juan Bautista y Santos Pedro y Pablo.
El deterioro de esta escena que se encuentra a los pies de la cruz se debe sin duda a la devoción popular que jamás se cansa de tocar los objetos de su devoción.
Encima de la cruz leemos un letrero: “IHS NAZARE REX IVDEORUM”. Jesús Nazareno rey de los judíos.
Sobre esta inscripción vemos la figura de Jesús resucitado que asciende al cielo. La figura nos muestra a Jesús en movimiento ascendente, cubierto de un largo manto que es el estandarte de la Resurrección.
En la mano izquierda el Salvador tiene la cruz, signo de su victoria sobre la muerte. La mano derecha, en cambio, está levantada hacia Dios Padre. Alrededor de la cabeza, el artista ha pintado la aureola de la gloria. Si miramos con atención la escena, notamos como los ojos abiertos de Cristo, tan llenos de confianza y de paz, están dirigidos al Padre que, con su mano derecha bendiciendo, hace resurgir al hijo de la muerte y, al mismo tiempo, “bendice” toda la obra del Salvador del mundo.
La mano extendida, con tres dedos abiertos y los otros cerrados, comúnmente se identifica con la presencia de Dios. Según la tradición bíblica este gesto puede significar también poder y fuerza. Algunos, en este gesto, ven también la acción del Espíritu Santo. De cualquier forma la cercanía de los dos semicírculos no nos permite observar claramente la división del espacio entre todo lo que pertenece a Dios y todo lo que le pertenece al Hijo de Dios. Pero no hay ninguna diferencia, porque el color rojo, símbolo de la divinidad, une las dos escenas. Todavía nos queda por resaltar que el círculo, símbolo de la perfección, está cortada por Cristo, quien atraviesa los confines del presente y accede a la eternidad en el gran amor del Padre.
Toda la escena de la ascensión de Cristo está rodeada de ángeles y arcángeles. Sus rostros están radiantes de alegría porque Cristo ha vencido la muerte y ahora regresa a la casa del Padre. Las alas la cabeza y los brazos están en movimiento. También las manos las tienen abiertas como signo de saludo. Podemos afirmar que ésta es la escena más animada y alegre de todo el icono. Nos damos cuenta, además, que hay dos grupos de ángeles que están representados alrededor de las manos clavadas de Cristo y recae sobre ellos la sangre del Salvador. En sus rostros podemos observar conmoción piedad. De sus gestos y de sus miradas da la sensación de que están dialogando entre ellos y parecería como si estuvieran comentando, como si estuvieran presente en el mismo momento de la crucifixión, sobre este mismo acontecimiento.
Rostro del Cristo
Observamos que sobre la cabeza del Señor no está la corona de espinas. En lugar de la corona de espinas lleva una corona de oro e inscrita una cruz griega.
El rostro de Jesús esta cubierto por un delicadísimo velo, casi una sombra alargando su mirada hacia la humanidad.
Los ojos, grandes y abiertos, confirman que Cristo muerto en la cruz está vivo y que ya la muerte no tiene nunca más poder sobre él.
Si nos fijamos bien, podemos observar como aparece una ligera sonrisa sobre sus labios. La cabeza, adornada de largos cabellos, y ligeramente inclinada hacia la derecha. Estos detalles particulares subrayan y resaltan la humanidad de Cristo que ha vencido a la muerte.
Algunos ven, en las arrugas de su frente, la imagen de una paloma (el Espíritu Santo). Podemos notar además que este tipo de iconografía pide pintar el cuello del personaje mucho más grueso para indicar la importancia del mismo. El cuello es tan robusto para “sostener” la fuerza del Espíritu que expira. En este icono de san Damián, el cuello de Jesús es grande y fino siendo desproporcionado.
Perizoma
El Perizoma, atado a la cintura de Cristo, no se parece al paño con el que, normalmente, se cubrían las partes íntimas del condenado.
Aquí vemos un perizoma de lino, bordado en oro, casi una vestidura sacerdotal para presentarse ante el pueblo e implorar el perdón de Dios para todos.
El Antiguo Testamento, en el libro del Éxodo (cfr. Ex. 28, 40-43), nos ayuda a entender la proveniencia y el significado de la vestidura sacerdotal. El perizoma recuerda la dimensión del sacrificio sacerdotal de Jesús, mediador entre Dios y nosotros.
No podemos, tampoco, omitir el hablar de las llagas de las manos, de los pies y del costado. De estas heridas brota sangre para la redención del mundo.
Bajo los brazos del Cristo
Bajo los brazos extendidos de Jesús vemos dos grupos de personas. Son los testigos de la crucifixión de Cristo y, al mismo tiempo, las personas más cercanas a Jesús.
El primer grupo, a la izquierda, se encuentran la madre de Jesús y San Juan, el discípulo amado.
A la derecha encontramos pintadas las figuras de María Magdalena, de María, la madre de Santiago y al del centurión. En esta escena, María se está tocando la mejilla con la mano izquierda y con la derecha señala a San Juan; éste a su vez, señala a Jesús. También María Magdalena hace un gesto parecido. El comportamiento de los testigos de la crucifixión, traslucen tristeza y dolor y señalan al Señor que ha sufrido la pasión por nosotros.
El centurión romano, en el Evangelio según Marcos, declara: “Verdaderamente este era Hijo de Dios” (Mc. 15, 39). Este es el comportamiento clásico del testigo cristiano. Los tres dedos levantados de la mano derecha es una auténtica confesión que dicen: “yo declaro que Cristo es el Señor”.
Otra interpretación identifica esta figura con el centurión del Evangelio de Lucas 7,7. Otra interpretación afirma que la pequeña cabeza que aparece detrás del centurión, es la del hijo curado según el Evangelio de Juan 4, 46–54
Tenemos, todavía, otras explicaciones sobre esta pequeña figura casi escondida: el siervo que, con atención mira a su señor y a Jesús; o la figura emergente de un pequeño grupo hipotético de personas que se encuentra detrás y que no se ven, pero representantes de cuantos miran de lejos la crucifixión; o el mismo autor del icono que se introduce devotamente en esta sagrada representación para testimoniar su propia presencia y su propia fe, según una práctica muy difundida entre los pintores del tiempo. Pero si aceptamos la hipótesis de que el autor de este Cristo de San Damián fue un monje Sirio, esta última hipótesis no puedes ser verosímil.
Estos personajes aquí representados son también los testigos de la resurrección de Jesús, comenzando por Maria Magdalena que fue la primera que encontró la tumba vacía.
El soldado romano y Estefano
Debajo de la figura de Maria y del Centurión podemos notar otras dos personas. A la izquierda el soldad romano, conocido como Longino, teniendo en su mano la lanza con la que traspasó el costado de Jesús. Una de las interpretaciones referidas al soldado afirma que la sangre caída de las heridas de Cristo, bajando por el codo curó a Longino de su ceguera espiritual.
En la otra parte vemos a Estefano. No tiene nada escrito a los pies, pero, sin ninguna dificultad, lo podemos señalar como el soldado que le ha dado a Jesús de beber, con una esponja empapada en vinagre. Estefano, en este icono, parece estar vestido con vestiduras romanas, pero, fijándonos bien, podemos decir que va vestido como un guardia del templo hebreo. Podemos suponer que han desaparecido de la pintura la caña con la esponja.
Parte inferior de la cruz
En la base de la cruz, tenemos pintadas unas conchas abiertas. Esto simboliza el misterio pascual que entra en la realidad humana y la hace participe de la divinidad. Los diferentes colores tienen un significado distinto: el negro recuerda el abismo de la muerte; el rojo es el color de la divinidad y también el color de la sangre salvífica de Cristo que brota de sus heridas. Una sangre que tiene el poder de curar todo mal y que está esparcida por toda la humanidad.
Según algunos estudiosos de este icono, esta escena con figuras poco visibles, que se encuentra debajo de los pies de Cristo, hace referencia a los santos del Antiguo Testamento liberados del limbo.
Además una hipótesis reciente, las dos figuras que se dejan entrever, representan los Apóstoles Pedro (a la izquierda) y Pablo (a la derecha). Esta hipótesis estaría confirmada por la presencia del gallo retratado a la altura de la pantorrilla de Cristo, verticalmente, justo sobre la cabeza de Pedro.
Hay también otra interpretación que ve en el gallo el nuevo día que surge, es decir, el día en que Cristo resucita al tercer día.
Es obligado recordar también que el gallo se ha convertido en símbolo de la esperanza; frecuentemente aparece, en el arte sacro, en los mosaicos y lámparas significando tal concepto.
Pero todavía tenemos otra hipótesis explicativa que ve en estas dos figuras a los santos patronos de la Umbría: San Juan y San Miguel. Las cuatro figuras, que casi no se ven y que simplemente se dejan intuir al lado de las dos imágenes de las que estamos hablando, según esta hipótesis, podrían ser San Rufino, San Juan Bautista y Santos Pedro y Pablo.
El deterioro de esta escena que se encuentra a los pies de la cruz se debe sin duda a la devoción popular que jamás se cansa de tocar los objetos de su devoción.